lunes, 15 de septiembre de 2014

Día 11: Excursión a Glendaloguh


El jueves por la mañana tuve diferentes horas para amanecer, 4, 5, 6, 7 y 7:25. Mi idea era despertarme solo a las 7:30 pero no pudo ser. Quitando la de las 7 que me despertó mi vecino de litera marchándose de la habitación, los demás fueron culpa mía. El de las 7:25 supongo que fue debido a las ganas que tenía de salir de allí. Supongo que en las demás horas también influyó que una alarma contra incendios sonara toda la noche.

Una vez fuera de la cama cogí toda la ropa preparada la noche anterior y me pegué una ducha. El agua salía caliente, la ducha era grande, pero solo una cortina impedía que el agua saliera. Obviamente se creó una gran piscina, en lo que antes era un cuarto de baño.

Cuando salí de la ducha, cogí todas mis cosas y las guardé en mi maleta que descansaba en una consigna, protegida por un buen candado, con todo listo fui a desayunar.

En la cocina comenzamos 3 o 4 y en menos de 10 minutos éramos 20 o 30. Yo fui rápido, cogí todas mis cosas para desayunar y me senté en una de las mesas del hall-comedor más cercana a la cocina antes de quedarme sin.

Mientras desayunaba revisé los mensajes, no me habían aceptado ninguna reserva, es decir no tenía donde dormir, es en ese momento donde la desesperación y el nerviosismos s mezclan y en menos de un segundo puedes lanzar una mesa por los aires, o al menos e slo que pasaría en una peli de ficción durante una mala partida de póker.

Durante el desayuno y antes de marcharme a la excursión, busqué sin descanso un lugar donde poder dormir, en el último momento antes de salir por la puerta cual Rocky antes de tumbar a su rival, cuando ya parece todo perdido.....recibí un mensaje que me lleno de alegría, ya tenía donde dormir y no estaba muy lejos, o eso creía yo.

Con todo listo y contento por haber encontrado un sitio para dormir, tenía lo necesario para continuar con mi viaje. Mi siguiente destino era coger un bus en un hotel para ir al Glendalough, uno de los sitios más bonitos de Irlanda. Era la excursión que había reservado en Cork el día anterior.

Después de mucho caminar y atravesar la ciudad de punta a punta llegué al hotel donde teníamos la recogída 20 minutos antes de la hora. Mi bus salía a las 9:40. Una vez allí me colé en la recepción y puse a cargar el móvil, el cargador comienza a fallar. Cuando se acercaba el momento salí a ver si veía el bus. A las 9:40 decidí llamar a mi contacto, era la hora y ahí no haba nadie
﷽﷽﷽ra y ahlí a ver si veilkerenos de un segundo puedes lanzar unam esa por los aires, o al menos e slo que pasaría nadie, me preocupaba haber perdido el bus, previamente pude ver a muchos pensionistas subiendo a buses que no pararon de entrar y salir del parking del hotel. Cuando conseguí hablar con él me dijo que había mucho tráfico y que llegaban tarde. Junto a mi había una pareja que a mi parecer, tenía que coger el mismo bus que yo.

Durante mi espera decidí ir a tomar un café, compré uno para llevar en un quiosco que tenía anuncios y artículos que catalogaban su café como el mejor de 2014 en Dublín. Decidí pagar los 2,50 y obviamente, muy sobrevalorado. El café de esta isla es agua sucia, creo quem haré fan de cualquier café que simplemente huela como tal, ya que el sabor difícilmente lo conseguirán.

Mientras hacía mi pedido pude ver un bus blanco dirección al hotel y como la pareja se acercaba a preguntar, la incertidumbre de apoderaba de mi, no estaba seguro si irían al mismo sitio que yo o si ese sería mi bus, para colmo yo veía la situación desde la otra esquina donde esperaba mi café, y me separaban dos semáforos y un servicio extremadamente lento. Mi instinto me decía: -deja el café y sal corriendo, pero ¿ y si después no era el bus?-. Así que volví a llamar al hombre, pero no me cogía el teléfono, finalmente vi como el bus se marchaba, y mi móvil volvió a sonar, era mi contacto, efectivamente, ese no era mi bus, el mío aun estaba viniendo.

De vuelta a la parada del bus, y con más tranquilidad decidí hablar con el chico de la pareja, eran ingleses, de Londres y efectivamente, estaban esperando el mismo bus. Después de media hora y conversar un rato, me pidió el numero de teléfono de mi contacto para ver donde estaba. El chico al igual que yo estaba bastante molesto con el retraso. No llevaba ni 3 minutos cuando apareció el bus, eficiencia inglesa sin duda o eso o el contacto se acojonó.

Cuando el bus aparco en la puerta del hotel, el conductor, que resulto ser nuestro contacto, pasó lista y subimos al autocar, los únicos sitios disponibles eran los del final. Espero que con el manos libres fuera el único que escuchar mi conversación, estúpida conversación donde me dijo que su bus era blanco y grande. En mi defensa diré que todos lo eran, y los ingleses pueden confirmarlo.

Nuestra primera parada fue en un bonito pueblo de pescadores cercano a Bray. Estuvimos en una pequeña playita de piedras y rocas, la niebla decoraba un paisaje que se difuminaba con el horizonte, entre el mar y el infinito.

Después de hacer unas pocas fotos pasamos a buscar a una pareja de ancianos de un hotel-castillo. Parecía increíble aunque su precio también debía serlo. La pareja se sentó atrás, junto a los ingleses el hombre y junto a mi la mujer. Durarían hasta la primera parada, después buscaron otros sitios más cómodos aunque separados.

Cuando salimos del castillo-hotel, pasamos por la casa de bono, visitamos unos paisajes con vistas y fuimos a desayuna a un Avoc. El precio era alto 11,50 un café (agua sucia), bocata y croissant, pero valió la pena. El local era inmenso, tenía hasta tienda para comprar suvenires, era todo muy caro y cool, para la jet set vaya.

En cuanto dejamos el desayuno, visitamos otro mirador, desde lo alto de la montaña teníamos unas vistas envidiables, al fondo más montañas y a nuestros pies un lago. Unas bonitas vistas para perderse unas horas.

Antes de comer, fuimos a un puente en un camino estrecho con un riachulo. Hay es cuando pude comenzar a "clichar" al personal. Teníamos una pareja que viajaba con su hija, parecían americanos, de tejas mínimo, el bigote y las pintas del tío lo delataban, además la manera de tratar a la mujer cual perrillo era la confirmación. La hija era bastante rara, se juntó con dos alemanas y no pararon de hacerse fotos como si se conocieran de toda la vida, aunque quizás si quien sabe.

Después de visitar el puentecito fuimos a comer, habían dos restaurantes, uno donde hacían menú self-service y era carísimo, u otro fuera donde preparaban bocadillos. Obviamente me compré un bocadillo, pude disfrutar de él con unos rayos de sol en la terraza y mi botellita de agua. Cuando terminé mi tentempié  paseé por allí y descubrí un camino detrás del restaurante, que resulto ser un hotel. Llevaba a un río que tocaba con un mini jardín particular del que disfrutaba cada habitación, vamos que no sería un hotel-castillo, pero debía ser caro de cojones.

La siguiente parada fue en el monasterio de Glendaloguh, un bonito cementerio acompañaba una torre y unas pocas casas en ruinas. Las vistas a pesar de ser un cementerio eran increíbles, aunque nada comparables con Escocia. Estuvimos un rato reconociendo el terreno caminando, y paseando. Cuando acabamos volvimos al autocar y visitamos el lago, que era de lo más bonito que he podido ver en Irlanda. Antes de acabar nuestra última visita el conductor nos invitó a unos chupitos de James, el whisky es suave, pero malo, de todas maneras se agradece el detalle.

De vuelta en el punto de partida, y después de hacer muchas paradas di un paseo a toda velocidad por Dublín, pase por calles y tiendas cual rambla en Barcelona hasta llegar al hostal. Allí recogí mi maleta y busqué el bus que me llevaría a mi siguiente cama, creo que era el 22A, comienzo a pensar que todos los buses tienen el numero 22.

Al coger el bus a la carrera (con la maleta), porque lo vi llegar y no quería que se me escapara, tuve que pagar 2€ de 1,50€ que costaba el billete, por lo visto los conductores de Bus no tienen cambio por miedo a que les roben, si, claro, entonces son ellos los que nos roban a nosotros. Una vez en el barrio aquello parecía el principio de la entradilla de “El Principe De Bel Air”, o para que os hagáis una idea más clara in tener que buscar el video, el Bronx. Era un barrio con casa pequeñitas y feas, las calles estaban sucias, había gente tirada cerca de las casas. No era una buena imagen de bienvenida, estaba a treinta minutos de la ciudad y encima en un barrio de mierda con gente realmente sospechosa.

Cuando encontré la casa me libré de miradas que se clavaban como dardos y de mi pesada maleta que me delataba como inmigrante además de hacer muchísimo ruido. Para mejorar mi suerte, la mujer no estaba, habíamos quedado a las 8 y faltaban 15 minutos, obviamente llegó tarde, y no contestó a mis llamadas de teléfono. Mi móvil otra vez estaba casi sin batería y solo quería entrar en esa maldita casa para estar a salvo de cualquier cosa.

Finalmente apareció, entramos en su dulce morada, y por desgracia no tenía nada de dulce y  tampoco me sentí muy a salvo como esperaba, la casa daba autentico asco, la cocina estaba sucia y desordenada, papeles y todo tipo de cosas por el suelo y en la mesa, el mantel limpiaba el suelo. Mi habitación bueno, tenía moqueta y aparentemente no había mierda de por medio, pero no tenía buena pinta, además, dormiría con una chimenea en la cabeza.

Cuando dejé la maleta me explicó el funcionamiento de la casa y el de la alarma, para entender como iba se necesita un master en ingeniería industrial. Teníamos que ponerla para entrar y salir, un código diferente para cada momento, además y para que esta funcionara debíamos cerrar la puerta con llave, tanto para entrar como para salir, en mi primer intento fracasé, pero era lo normal.

La mujer de la casa, era maja, aunque no limpiaba. Por lo visto estaba comenzando a conocer ese espíritu irlandés del que tanto había escuchado hablar, me refiero a la parte feliz, no a la suciedad. Me enseñó el barrio y las tiendas, aunque le pregunté si era un mal barrio ella lo negó rápidamente, por eso tiene una alarma que enciende hasta cuando está en la casa.

El suburbio por la noche no ganaba, todo lo contrario, la oscuridad solo empeoraba lo que ya era feo a la luz del día. Durante mi visita nocturna al Bronx lo único que hice fue acompañar a la mujer a comprar su comida y mi comida, me enseño como moverme con el tranvía o el bus, irónicamente el bus que me dejaba en la casa o me llevaba al centro era el 122, nuevamente ese numero. Después me señaló diferentes caminos para visitar la famosa cárcel de Kilmainham y pregunto en una tienda cuanto costaba la tarjeta para pillar bus y tranvía, 20 euros tres días, obviamente no la cogí, además había que recargarla.

Una vez en casa y con mi comida en la nevera (canelones, pollo y raviolis) nos tomamos un té y conversamos, me dejó algunos mapas y me dijo que valía la pena visitar, incluso me habló de un trenecito que por 20 euros te da una vuelta por Dublín, obviamente no lo cogí prefiero ir andando y es lo que hice para ir y volver de la casa o moverme por Dublín, andar.

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